lunes, 5 de marzo de 2007

ESTO NO ES UN SIMULACRO




Ha muerto Jean Baudrillard. El hombre que dio forma a la pesadilla virtual, que nos advirtió de que la Primera Guerra del Golfo no había tenido lugar (porque no había sucedido en ningún sitio, sólo en el espectro vaporoso y de cromado verde de las pantallas), el tipo que nos descubrió que vivimos en la hiperrealidad, en un engendro no euclidiano dominado por la superfície de la información televisada. Probablemente no lo situaría en un pedestal; tal vez no compartiría su visión apocalíptica y algo retrógrada del presente, sesgada y tomada tan sólo en una de sus posibles aristas. Quizás le hubiera arreado algún mamporro cuando se ponía demasiado vehemente. Pero lo que me compunge es que con él ha desaparecido la cohorte de mosqueteros franceses que a raíz del mayo del 68 intentaron convertir la tarea de pensar en algo edificante alejado de las entelequias masturbatorias. Cayeron Foucault (el primero), después Lyotard, Deleuze, Derrida hace un par de años y ahora este señor. La guardia de la civilización civilizada comprometida con la reflexión como ejercicio activista se ha quedado hueca. Y esto, en los tiempos que corren, es una catástrofe. Miramos a nuestro vecino, al que siempre hemos envidiado su plantel de cabezas pensantes, y vemos que el reflejo ante el que nos inclinamos son ahora sociólogos de medio pelo adalides de ese tenebroso tecnócrata que es Sarkozy (Flienkenraut, Sennet...). Mucho me temo que el porvenir se adivina brumoso y de humedad densa, con tendencia al bochorno y los nubarrones negros. Bienvenidos al desierto de lo real, despojado de moscas "colloneures" (no es francés, pero lo parece) y felizmente reencontrado consigo mismo para regocijo del Dr. No y la Estrella de la Muerte.